
Ese Poder es el Espíritu Santo y sobrepasa cualquier otro que pueda ser otorgado en este mundo. Para muestra, basta analizar lo que hizo con los apóstoles del Señor Jesús. Antes de recibir al Espíritu de Dios en su interior, los apóstoles eran hombres cobardes, agresivos, impulsivos… Sin embargo, una vez que ese Poder se adueñó de ellos, se tornaron valientes, seguros de sí mismos, osados, imbatibles. El libro de Hechos nos deja ver ese Poder actuando en dichos hombres, por ejemplo, en el capítulo 4, versículo 13, dice: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.” Y más adelante, en el versículo 31, se menciona cómo ese Poder los fortalecía y les daba las condiciones para continuar su lucha: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.”
Con su fe, usted puede conseguir innumerables bendiciones, pero si en su interior no entra el Espíritu Santo, cuando surjan situaciones adversas no tendrá la fuerza ni la sabiduría para resolverlas, y, como la mayoría, se desesperará y hasta le reclamará a Dios. Los apóstoles no eran hombres estudiados, tampoco eran privilegiados o especiales, pero por tener dentro de ellos el Espíritu de Dios, se impusieron a todas las persecuciones, infamias y ataques que surgieron en su contra.
Quizá a usted le desprecian, le catalogan como un fracaso o incluso no le satisface ser como es, pero piense: Si el Poder que entró en los apóstoles se adueña de su ser, ¿habrá algo o alguien capaz de impedirle alcanzar lo que desea?, ¿qué o quién podrá destruirle si Dios habita en su interior?
El Espíritu Santo ansía cuidarle, hacerle feliz y conducirle a la realización de sus sueños. La decisión de aceptar o rechazar ese Poder es suya.
“pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo (…)”
Hechos 1:8
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