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jueves, 21 de abril de 2011

Con ese Poder, ¿qué le será imposible?

En todo el planeta, es no­toria el hambre de poder que bastantes individuos tienen. Aspiran ser in­vencibles, exitosos, admirables. Pues bien, ¿sabía que Cristo pro­metió darnos poder?
Ese Poder es el Espíritu Santo y so­brepasa cualquier otro que pueda ser otorgado en este mundo. Para muestra, basta analizar lo que hizo con los apóstoles del Señor Jesús. Antes de recibir al Espíritu de Dios en su interior, los apósto­les eran hombres cobardes, agre­sivos, impulsivos… Sin embargo, una vez que ese Poder se adue­ñó de ellos, se tornaron valientes, seguros de sí mismos, osados, imbatibles. El libro de Hechos nos deja ver ese Poder actuando en dichos hombres, por ejemplo, en el capítulo 4, versículo 13, dice: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les re­conocían que habían estado con Jesús.” Y más adelante, en el ver­sículo 31, se menciona cómo ese Poder los fortalecía y les daba las condiciones para continuar su lu­cha: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congrega­dos tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.”



Con su fe, usted puede conseguir innumerables bendiciones, pero si en su interior no entra el Espíri­tu Santo, cuando surjan situacio­nes adversas no tendrá la fuerza ni la sabiduría para resolverlas, y, como la mayoría, se desesperará y hasta le reclamará a Dios. Los apóstoles no eran hombres estu­diados, tampoco eran privilegia­dos o especiales, pero por tener dentro de ellos el Espíritu de Dios, se impusieron a todas las perse­cuciones, infamias y ataques que surgieron en su contra.
Quizá a usted le desprecian, le catalogan como un fracaso o in­cluso no le satisface ser como es, pero piense: Si el Poder que entró en los apóstoles se adueña de su ser, ¿habrá algo o alguien capaz de impedirle alcanzar lo que de­sea?, ¿qué o quién podrá destruir­le si Dios habita en su interior?
El Espíritu Santo ansía cuidar­le, hacerle feliz y conducirle a la realización de sus sueños. La de­cisión de aceptar o rechazar ese Poder es suya.



“pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo (…)”

Hechos 1:8







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